Mi madre vivía como yo en medio de la Ciudad de Buenos Aires. Pero sus padres, mis abuelos, cuando hacía calor la llevaban al río. Iban a la costa de Vicente Lopez, apenas cruzando a la provincia. Llevaban un pic nic, unas sillas, las toallas, se metían al agua a jugar, todos lo hacían. De esa época hay algunas fotos como la que está colgada en el portarretratos del pasillo oscuro del departamento de mi abuela: mi mamá y ella están en blanco y negro, sonrientes sobre una lona apoyada en el césped mirando hacia el agua limpia. Eran los años 60 y mi mamá tenía los mismos casi cinco años que mi hija tiene ahora cuando mira al río con sus ojos que son del mismo color que ese animal de agua: verdes, plateados, amarillos, un color todo revuelto y unas ganas que la rebalsan hasta la furia porque hace un calor del infierno pero ya sabe que no, que a este río nunca.