UNA CASA SIN PAREDES
EL LUGAR DE ENCUENTRO Y COMUNIDAD DE SOLEDAD BARRUTI.

Este es un espacio para activar fuerte. Tenemos que lograr el cambio y el momento para decir, plantear y gritar fuerte armar equipos y estar atentos.

TEMAS

Empecé a tener amigas cuando tenía entre 8 y 9 años, antes de eso el mundo humano me resultaba intimidante. Eran amigas las que empezaba a tener porque iba a un colegio solo de mujeres al que me habían cambiado a mitad de tercer grado porque, si bien me pasaba con todos que me daban susto y ganas de desaparecer, con los varones era aún peor. Aprendí de juegos, canciones, vestimenta, modismos en un tiempo récord, de tercero a cuarto grado. Me adapté hasta parecer lo que se esperaba que fuera: una niña normal de Buenos Aires. De día hasta yo misma estaba convencida de haberlo logrado. Pero de noche emergía otra cosa.
Este no es un texto sobre cómo ser felices. Sino sobre cómo sostenernos en estos tiempos de duelo y de colapso y de activismo. Cómo hacemos para no derrumbarnos en la angustia que da la información, la ansiedad por ver hacia dónde vamos, o la furia que que es poco lo que está cambiando. Creo que para estar en el mundo así con la sensibilidad despierta y el espíritu dedicado a tratar de hacer algo sin que la realidad nos pase por encima necesitamos prácticas que nos sostengan.
En casa hay una huerta distribuida en cuatro cajones y un compost que es un cajón repartido en dos. Eso quiere decir que hay un montón de reinos visibles e invisibles en colaboración que son plantas y frutas y pájaros, lagartijas, caracoles, arañas, mariposas, hormigas, escarabajos, bacterias, hongos… Cada cajón sembrado es un lugar luminoso de abundancia nutrido por el compost, que a su vez es un lugar oscuro lleno de nacimientos y muertes. Los dos lugares son más de convivencia y ayuda mutua que de competencia. En los dos lugares nunca nada se queda quieto. Hay potencia, hay belleza, hay tanta creatividad e inteligencia abriéndose paso en medio de una terraza en medio de una ciudad en medio de la tierra tapizada de cemento y asfalto en medio de tanta chatura y petróleo. Es la vida mostrando que está más allá de todo eso que le (nos) hacemos.
Durante quince años, cada vez que alguien me preguntaba si quería tener otro hijo —porque así es: tenés uno y no hay quien no pregunte por el hermanito—, sentía un no tan rotundo, tan inamovible, tan claro que solo algo proporcional a esa fuerza iba a poder moverlo: algo tan poderoso como la verdad nacida del mismo lugar hondo y vital. Cuando quedé embarazada de mi primer hijo —lo conté muchas veces—, tenía veinte años, estaba sola y me adentré a ese asunto con la confianza que toda esta época le imprime. Es seguro, fácil, una repetición de lo que acontece alrededor: sabés lo que vas a necesitar, y, no importa que nadie lo diga así, estás dándole a la sociedad lo que la sociedad precisa. Mi madre aceptó enseguida la situación y me ayudó a encontrar rápido una profesional que me acompañara: la obstetra que me había hecho nacer a mí y a mis hermanos. Todos partos exitosos: acá estábamos los tres. Cómo decir que no.
¿Qué hacer cuando la mayor parte el mundo no va hacia donde irías? ¿Cuando alrededor nada de lo que te resulta crucial, innegociable, conmovedor reverbera igual, cuando todavía somos tan poquitos en esto de cuidar y de amar a esta tierra viva?  Hace unos meses leí un libro que me dejó llorando a mares, una historia tan parecida a la que estamos viviendo con los humedales, con la minería, con los campos tóxicos, las extinciones, el sufrimiento absurdo. El libro es “El clamor de los bosques”, de Richard Powers. Voy a espoilear bastante así que si quieren ir por el libro (recomiendo fuerte) no sigan leyendo. Aunque también voy a usar estas líneas para pensar sobre estas otras cosas como esto de tener una ética diferente.
Hace más de 500 millones de años lo que ahora llamamos América del sur estaba pegada con lo que llamamos África. En lo que ahora llamamos Río de Janeiro en Brasil había montañas altísimas, como los Himalayas. La tierra era entonces continentes inmensos y mares intensos. Una historia que ya tenía millones de años hacia atrás haciendo otros continentes y que tendría (y tendrá) millones más hacia adelante con nuevas fragmentaciones, colisiones, transformaciones y formaciones que terminarían en esta versión del mundo increíble que habitamos hoy: humanos como células de un cuerpo cósmico. Partecitas de una Tierra que vive toda una vida propia mientras nos cobija, nos contiene y nos aloja como hace con tantas otras formas de vida que nacieron acá y que morirán acá para ser alimento y más vida. No somos dueños de nada. Tenemos sí mucho que cuidar y que reparar. Y muchos límites que poner a los zombis que creen que el futuro está en Marte y que acá se puede hacer cosas como bombardear el mar, envenenar los suelos, derribar los bosques.

Llena los datos y contáctanos pronto nos comunicaremos contigo!