UNA CASA SIN PAREDES
EL LUGAR DE ENCUENTRO Y COMUNIDAD DE SOLEDAD BARRUTI.

Borradores

Este es un espacio de propuestas, ideas, preguntas. Se llama borradores porque me gustan los borradores. Un borrador es algo inacabado. Y a la vez está, y es ese estar dado a la meramorfosis lo que me interesa. Un estado como el de las hojas del otoño que caen blandas a la tierra, o el de los nidos recién habitados, o el del compost y de las semillas viajando en el viento, y entre los cuerpos de los pájaros.

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TEMAS

¿Quiénes son tus aliados en el inframundo? Para que puedas confiar y atravesar con ojos abiertos lo que está pasando, ¿aparecen? Para tocar con el arrojo que hace falta el abismo -el propio y el de alrededor (o este abismo: que exista tal separación)- y apoyarte en la inteligencia de la tierra y en su resistencia, ¿te acompañan? Cuando el corazón se te acelera, el aire se te atolla adentro y quedás tomada por una ansiedad que no entendés cómo te entra, ¿se quedan a tu lado? Cuando digo aliados me refiero a aquellos otros con los que te encontrás y sabés que no estás sola. Que te das la mano, te abrazas, te volvés más fuerte mientras caminás con toda tu fragilidad a cuestas por esos bordes afilados e insondables de un mundo que llora, que grita, que sangra. Esos aliados pueden ser amigos, pueden ser tus hijos, una pareja, o un extraño al que agradeces por esa canción o por esa escena o por esa frase que dispara la magia: si estamos con otros en la misma se disuelve un poco el miedo.
Mi madre vivía como yo en medio de la Ciudad de Buenos Aires. Pero sus padres, mis abuelos, cuando hacía calor la llevaban al río. Iban a la costa de Vicente Lopez, apenas cruzando a la provincia. Llevaban un pic nic, unas sillas, las toallas, se metían al agua a jugar, todos lo hacían. De esa época hay algunas fotos como la que está colgada en el portarretratos del pasillo oscuro del departamento de mi abuela: mi mamá y ella están en blanco y negro, sonrientes sobre una lona apoyada en el césped mirando hacia el agua limpia. Eran los años 60 y mi mamá tenía los mismos casi cinco años que mi hija tiene ahora cuando mira al río con sus ojos que son del mismo color que ese animal de agua: verdes, plateados, amarillos, un color todo revuelto y unas ganas que la rebalsan hasta la furia porque hace un calor del infierno pero ya sabe que no, que a este río nunca.
2022 fue el año en que me di cuenta de que estaba exhausta. Fue un despertar doloroso pero a la vez amable. Lloré ovillada sobre mí misma hasta quedarme profundamente dormida cuando por fin lo entendí y me lo dije. No podría contar en este espacio los motivos concretos de ese agotamiento porque es toda una vida la que llevo pidiéndome emocional y físicamente cada día un poco más. Pero lo podés entender porque, con nuestras diferencias, seguramente te haya pasado a vos también: ir corriendo los propios límites porque nunca es suficiente siempre hay que hacer un poco más. Así, aunque en la pantonera de los privilegios probablemente ambas estemos en un color pastel a comparación de tantas muchísimas personas que no tienen garantizado ni un lugar ni un rato ni un plato de comida, a todas el sistema nos marca desde que nacemos con una consigna impiadosa: hay que ganarse la vida, y la vida es cara.

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